Entre 1950 y 1985, Europa experimentó un notable crecimiento demográfico de 157,8 millones de personas, impulsado en parte por la recuperación económica de la posguerra y un baby boom en países del norte y occidente del continente. Sin embargo, desde mediados de los años ochenta, la tendencia cambió drásticamente: en los siguientes 35 años el aumento fue de solo 38,7 millones, reflejando un estancamiento estructural que transformó el panorama poblacional europeo.
Este cambio se enmarca en lo que los demógrafos denominan la Segunda Transición Demográfica, que inició en la posguerra. Según Dirk van de Kaa (1987), estuvo marcada por el paso de normas colectivas a valores individualistas, priorizando la realización personal por encima de la familia extensa. Esto derivó en un descenso sostenido de la fecundidad: de niveles superiores al reemplazo (2,1 hijos por mujer) a cifras muy por debajo del umbral necesario para sostener el crecimiento poblacional.
Tras el baby boom de las décadas de 1950 y principios de 1960, la fecundidad comenzó a descender aceleradamente en los años setenta. Para mediados de los noventa, Europa ya enfrentaba tasas de crecimiento negativas, alcanzando un mínimo histórico de -0,07 % en 1998. Aunque posteriormente hubo ligeros repuntes, en 2020 el crecimiento apenas se situó en 0,04 %, evidenciando un patrón de estancamiento crónico.
En 2023, la situación alcanzó un nuevo hito: la Unión Europea registró una media de 1,38 nacimientos vivos por mujer, con marcadas diferencias entre países. Malta reportó la tasa más baja (1,06), mientras Bulgaria tuvo la más alta (1,81). Estos valores son insuficientes para el reemplazo generacional y explican los problemas de envejecimiento y reducción de la población activa que enfrenta la región.
Las consecuencias son profundas: sistemas de pensiones bajo presión, necesidad de políticas migratorias para sostener el mercado laboral y tensiones sociales derivadas del envejecimiento. Europa se encuentra así en un punto crítico, donde el debate sobre la sostenibilidad demográfica se entrelaza con la competitividad económica y la cohesión social del continente.
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